(a) Es un término griego que significa «segunda ley» o «reiteración de la ley», y que designa al quinto libro del Pentateuco; proviene del nombre dado a este libro en la LXX, para traducir la expresión «copia de la ley» en Dt. 17:18.
Sin embargo, esta expresión es desafortunada, por cuanto este libro no es una mera repetición o copia de la ley ya promulgada. Se trata de una recapitulación, hecha durante circunstancias particulares, y con un propósito especial.
En el Éxodo, Levítico y Números, la legislación es presentada en ocasión de su promulgación. La ocasión o fecha de la recepción de las sucesivas secciones son ordinariamente indicadas, y se declara de cada grupo de estatutos. por separado, que proviene de Dios. Como contraste, en Deuteronomio la ley es presentada como un conjunto, y comentada hasta cierto punto.
Al darse Deuteronomio, habían ya transcurrido 38 años desde que se habían dado la mayor parte de las disposiciones de la legislación. La nueva generación estaba en vísperas de apoderarse de Canaán, y es aquí convocada a fin de escuchar la ley de la nación, para aprender a aplicar sus principios a las nuevas circunstancias que se avecinaban, de ver con mayor claridad su sentido espiritual, y de entrar con pleno conocimiento de causa en la alianza hecha con sus padres.
En lugar de Dios dirigiendo la palabra a Moisés, tenemos aquí a Moisés dirigiendo, por orden de Dios, la palabra al pueblo (Dt. 1:1-4; 5:1; 29:1).
El libro se compone principalmente de 3 exposiciones, consignadas por escrito, y sobre cuya base la alianza es solemnemente renovada (Dt. 1-30).
(b) Primera exposición: (Dt. 1-4:43).
El examen de la historia del pueblo después de la celebración del pacto en Sinaí con la generación anterior, debe ser un motivo de obedecer las leyes de Jehová. Este discurso es atribuido a Moisés (Dt. 1:1, 3, 5, 9, 15, 16, 20, etc.).
Fecha: el año 40, al mes 11, día 1º; después de la victoria sobre Sehón y Og, y después del pecado que Israel cometió al unirse a los sacrificios de Baal-peor (Dt. 1:3, 4; 4:3).
Fue pronunciado «al otro lado del Jordán» (Dt. 1:1), como realmente debiera traducirse. Para Abraham y los cananeos, esta expresión significa el país situado al este del río. Los descendientes de Abraham dieron a esta expresión el mismo sentido geográfico.
Ellos se hallaban precisamente entonces al este del Jordán, pero, de la misma manera que los patriarcas, seguían llamando a este lugar «el otro lado del Jordán», de la misma manera que a los farallones vecinos les daban el nombre de Abarim, esto es, «los montes del otro lado».
Y ciertamente el pueblo tenía la impresión de hallarse al otro lado del Jordán, al estar fuera de la Tierra Prometida. Sin embargo, al no haberse pasado todavía el río, esta ambigua expresión es completada de manera reiterada con expresiones como «en tierra de Moab» (Dt. 1:5).
(c) Segunda exposición: Dt. 4:4-26:19.
Recapitulación de las ordenanzas con respecto al pueblo, con insistencia en la espiritualidad de las leyes, y con una gran insistencia en prestarles obediencia.
Estos estatutos son, por lo general, leyes positivas, implicando derechos y deberes; o bien se trata de leyes que el hombre, por su natural depravación, podría ignorar. Estas últimas, basadas en motivos religiosos, decretan:
(A) La fundación de ciudades de refugio para homicidas involuntarios;
(B) la exclusión de la idolatría;
(C) las consideraciones hacia los más débiles y los menos privilegiados de la comunidad.
El que habla aquí es Moisés (Dt. 5:1, 5, 22).
La fecha consignada es el fin de los 40 años en el desierto, en vísperas de atravesar el Jordán, después de la profecía de Balaam (Dt. 8:2; 9:1; 11:31; 23:4).
(d) Tercera exposición: Los caps. de Deuteronomio (Dt. 27-28) son la conclusión de lo precedente:
(A) Mandato de inscribir la ley sobre las piedras revocadas de cal que habrían de ser erigidas en el monte Ebal.
(B) Bendiciones y maldiciones consiguientes a la obediencia y desobediencia. Esta majestuosa proclamación es de inmediato seguida de una breve alocución (Dt. 29-30), pronunciada durante la ratificación de la renovación de la alianza (Dt. 29:1; 30:1). Este pacto fue consignado en un libro (Dt. 29:20, 21, 27; 30:10; cp. Éx. 24:4-8), igualmente que el pacto precedente concluido en Horeb, es decir, Sinaí.
El lugar y la fecha de la renovación de la alianza son mencionados en Dt. 29:1, 5, 7, 8.
Después de estas tres exposiciones que forman lo esencial del libro de Deuteronomio, Moisés designa públicamente a Josué como su sucesor, y le confiere una precisa misión (Dt. 31:1-8).
A continuación pone esta ley por escrito a los sacerdotes, y les ordena su lectura pública a los israelitas (Dt. 31:9-13).
Después, Josué es revestido de sus funciones (Dt. 14-15).
En el tabernáculo Dios inspiró a Moisés un cántico para el pueblo (Dt. 16-23), que él escribió (v. 22); después ordenó a los levitas, portadores del arca, que depositaran el libro terminado al lado del arca como testimonio (Dt. 24-29). Mandó después a los ancianos y oficiales de las tribus que se reunieran para aprender y entender este cántico (v. 28), que repitió en público (Dt. 31:30-32:47).
Los adioses de Moisés se relatan en Dt. 32:48-33:29; el relato de su muerte se halla como epílogo en Dt. 34.
Lo que caracteriza a Deuteronomio son los preparativos de la instalación en el país de Canaán; esta particularidad determina:
(A) La manera de expresarse: la gente va a volverse sedentaria, y el campamento deja de ser mencionado, en tanto que ocupaba un gran espacio en la 1ª legislación; no se habla más de él que con respecto a guerras futuras, o con respecto al hecho de que en este momento está situado en Sitim. Por otra parte hace alusión a las casas, a las ciudades, y a sus «puertas».
(B) Las modificaciones poco importantes de leyes en vigor, a fin de adaptarlas a los nuevos modos de existencia. Por ejemplo, se cambió la ley que demandaba que los animales sacrificados para su consumo fueran llevados a la entrada del tabernáculo; podrían ser muertos en cada localidad donde vivieran (Dt. 12:15, 21; Lv. 17:3, 4); por la misma razón, ya no será necesario ofrecer a Dios al 8º día los primogénitos de los animales; se podrá diferir su sacrificio hasta que el propietario, si reside muy lejos del santuario, venga a las fiestas anuales (Dt. 15:20; cp. Éx. 22:30).
Cuando el esclavo hebreo prefiera quedar unido a la casa de su dueño en lugar de reclamar su derecho legal a la libertad, será suficiente la ceremonia de la puerta, no siendo preciso que vaya a presentarse delante de Dios (Dt. 15:17, cp. Éx. 21:6).
(C) Se toman nuevas medidas para la salvaguarda de las clases dependientes: levitas, viudas, huérfanos, extranjeros. El código deuteronómico los protege contra el daño que les pudiera causar el egoísmo y la indiferencia de los israelitas, ya bien demostrados con demasiada frecuencia durante la peregrinación en el desierto.
(D) La nación tendrá un único altar, en el lugar elegido por Jehová para poner allí Su nombre. Este altar único debería neutralizar la tendencia a la idolatría, al impedir que el pueblo celebrara su culto en los numerosos santuarios de los cananeos.
Así, las ceremonias en honor de Jehová vendrían a ser infinitamente más solemnes y magníficas que los ritos idólatras de Canaán, por cuanto los hebreos deberían congregarse en grandes núcleos, aportando al Señor el homenaje de todos sus recursos.
Este culto, celebrado por el conjunto de la nación, debía por otra parte potenciar la comunidad, contribuyendo a unificar la nación. Los peligros ya se habían evidenciado: celos entre personas y tribus, tendencia del pueblo a la idolatría, propensión importante de gran parte del pueblo a separarse de sus hermanos para establecerse en regiones ricas en pastos.
En este período crítico el código deuteronómico subraya con una nueva insistencia la ley ya antigua de la unidad del lugar de culto. La cohesión nacional y el mantenimiento de la teocracia dependían de ello.
(e) El autor de Deuteronomio.
De la forma más explícita, y quizá con mayor insistencia que las otras partes del Pentateuco, este libro designa a Moisés como su autor. Comienza con estas palabras: «Éstas son las palabras que habló Moisés a todo Israel...» (Dt. 1:1).
Se dan detalles precisos de fecha y lugar (Dt. 1:2-6; 4:44-46).
Moisés es mencionado más de 40 veces, en general como la fuente autorizada de tal o cual declaración; con mayor frecuencia habla en primera persona. Hacia el final del libro, leemos: «Escribió Moisés esta ley, y la dio a los sacerdotes... y a todos los ancianos de Israel» (Dt. 31:9).
«Y cuando acabó Moisés de escribir las palabras de esta ley en un libro hasta el fin, dio órdenes Moisés a los levitas que llevaban el arca del pacto de Jehová, diciendo: «Tomad este libro de la ley, y ponedlo al lado del arca del pacto de Jehová nuestro Dios, y esté allí por testigo contra ti» (Dt. 31:24-26).
Los eruditos respetuosos con las Escrituras descubren aún pruebas adicionales de la genuinidad de este libro: el carácter general de esta obra, la naturaleza de sus exhortaciones, los mandatos dados en vistas a la conquista, la legislación militar dada a un pueblo nómada acerca del tema de establecerse definitivamente de una manera sedentaria, el espíritu, en fin, que anima estas magníficas páginas, todo esto está evidentemente en relación con la época mosaica, y en absoluto con un periodo ulterior.
Si este libro no fuera de Moisés, sería difícil considerarlo como otra cosa que una falsificación literaria indigna de figurar en las Escrituras.
(f) Opinión de los críticos acerca de la cuestión del autor.
Entre los libros del Pentateuco, el Deuteronomio es particularmente atacado por los críticos, que niegan dogmáticamente su mosaicidad. Pretenden ellos que el autor fue un profeta desconocido que escribió «a la manera de Moisés» entre el año 715 y el 640 a.C.
El libro hubiera sido entonces publicado por primera vez (hallado en la «casa de Jehová»), en el año 18 del rey Josías, con el fin de apoyar la gran reforma religiosa entonces en curso (2 R. 22-23).
La principal razón de proponer tal fecha es que los libros del AT no repiten de una manera explícita el mandato de Dt. 12:1-7 con respecto al santuario central. Así, argumentan ellos, esta ley no hubiera sido promulgada hasta la época de Josías.
Sin embargo, el examen sin prejuicios de Deuteronomio revela que sus leyes habían sido puestas por escrito, conocidas, y aplicadas cuando Israel entró en Canaán. Se puede dar asimismo pruebas de ello.
Jericó fue «dada al anatema» (Jos. 6:17-18), en base a Dt. 13:15 ss. Después de la toma de Hai, el pueblo solamente tomó «las bestias y los despojos de la ciudad» (Jos. 8:27), según las instrucciones de Dt. 20:1-4. El cadáver del rey de Hai fue bajado del madero antes del anochecer (Jos. 8:29; Dt. 21:23). El altar del monte Ebal (Jos. 8:30-31) recuerda a Dt. 27:4-6.
La misma ley del santuario central era conocida ya temprano en la historia de Israel: Las tribus establecidas al este del Jordán afirmaron que su altar memorial no tenía en absoluto la intención de tomar el lugar del altar del santuario (Jos. 22:29; Dt. 12:5).
Por otra parte, vemos que Elcana iba cada año a Silo, donde el culto tuvo su primer centro. Después de la destrucción de Silo, y de un período de guerra, Samuel sacrificó en Mizpa, Ramá y Belén, siendo que la reglamentación de Dt. 12:10-11 se aplicaba a las épocas de reposo y de seguridad.
El avivamiento de Ezequías (2 R. 18:4, 22) no se concebiría sin conocer Deuteronomio y su ley singular con respecto al santuario central, ley que era conocida igualmente de los profetas del siglo VIII.
Es preferible atenerse a los hechos claros que seguir la retorcida argumentación, basada nada más que en hipótesis insostenibles, frente a las que, además, se levanta el testimonio directo y totalmente decisivo de la sanción dada al libro por el mismo Hijo de Dios, al citar tres de sus pasajes (Mt. 4:4, 7, 10; Lc. 4:4, 8, 12), en respuesta a las tres tentaciones de Satanás, como palabra de Dios.
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