La imputación tiene un importante puesto en el plan divino de salvación. «Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado» (Sal. 32:2; Ro. 4:8). El pecado del que cree en Jesús no le es imputado.
Cristo ha hecho la expiación; el creyente puede tener que ser disciplinado debido a ellos (cfr. 1 Co. 11:31, 32; He. 12:7), pero no hay imputación. Al contrario, entra en la bendición del hombre al que Dios imputa, o cuenta, justicia sin obras.
Abraham creyó a Dios, y le fue contado (mismo término) como justicia; y esto es verdad de todos los creyentes sin distinción (Ro. 4:3, 4). Por ello, no sólo se trata de que los pecados del creyente no le sean imputados, sino que es contado como justo.
En 2 Co. 5:19 se da el aspecto de gracia por el cual Cristo vino a la tierra. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, no imputando a los hombres sus ofensas; sin embargo, el mundo lo rechazó y sigue rechazando. En Ro. 5:13, «donde no hay ley, no se inculpa de pecado», trata del gobierno de Dios.
Los que pecan sin ley, sin la ley perecerán (cfr. Ro. 2:12). El pecado no deja de serlo ante Dios. Sin embargo, los que no tienen la ley no son llamados a dar cuenta de sus actos ahora en el gobierno de Dios sobre la tierra (cfr. Hch. 17:30).
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