Lavamiento: Pese a la escasez de agua en las tierras bíblicas, toda persona respetable procuraba la limpieza del cuerpo. Era norma lavarse las manos antes y después de comer. Como los caminos eran polvorientos, los caminantes debían lavarse los pies antes de entrar en una casa. Este era trabajo de esclavos o de siervos inferiores (Juan 2:6; 13:5). El descuido de esta atención constituía una grave descortesía por parte del anfitrión (Lucas 7:44).
Uso Ritual Y Simbólico En El Antiguo Testamento
Pasajes como Levítico 15 muestran lo imperioso que era para un israelita el lavamiento de todo el cuerpo, cuando se veía involucrado en algún acto o circunstancia que lo hacía ceremonialmente inmundo. Sin esta limpieza no podía participar en actividades de carácter religioso (Éxodo 19:10; cf. Hebreos 9:13). El lavamiento tenía especial importancia en la consagración y el servicio de los sacerdotes (→ Sacerdote; Levítico 8:6).
El lavacro (o fuente) de bronce (Éxodo 30:17–21) se colocaba entre el altar de holocaustos y la puerta del → Tabernáculo, y era indispensable para el lavamiento de los sacerdotes antes y después de sus actos rituales. Aparte de la higiene, en el Antiguo Testamento el lavamiento contrastaba lo inmundo de las personas con lo consagrado al servicio a Dios. El agua borraba las impurezas físicas y, a la vez, representaba la purificación de la persona. Así lo entendían David (Salmos 26:6; 51:7) e Isaías (Isaías 1:16), sin dejar de comprender que el lavamiento era obra de la gracia de Dios a favor del pecador arrepentido.
El Uso Figurado En El Nuevo Testamento
El Antiguo Testamento nos prepara para comprender el uso de los verbos griegos louo (bañarse) y nipto (lavar, por ejemplo, manos y pies) en el Nuevo Testamento. El Maestro desechó la actitud de los fariseos, para quienes el lavamiento externo era esencial y la pureza del corazón carecía de importancia (Mateo 7:1–23; Lucas 11:39–41).
Inevitablemente el lavamiento se asocia con los conceptos de limpieza y de santificación (→ Bautismo). Pablo describe la vida viciosa de los gentiles en Corinto y añade: «Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados … en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Corintios 6:11).
El nombre del Señor Jesús (su persona, autoridad y obra), la potencia del Espíritu Santo, la verdad de Dios en su Palabra (Juan 17:17), el lavamiento «del agua por la Palabra» (Efesios 5:26), la regeneración y la renovación en el Espíritu Santo (Tito 3:5) conducen a la verdadera limpieza.
Los redimidos de Apocalipsis 7:13, 14 emblanquecieron sus ropas «en la sangre del Cordero». La conversación entre el Señor y Pedro, en la ocasión del lavado de los pies (Juan 13:6–10), muestra que el creyente «bañado» (verbo, en griego louo) «no necesita sino lavarse (verbo, nipto) los pies», o sea, limpiar frecuentemente las manchas pecaminosas por los medios ya notados. El Señor en esta ocasión no instituía una ordenanza, sino que señalaba el camino del servicio humilde para todos.