Mesías
Título dado a Jesús y transliteración del vocablo hebreo mashiakh (o sea, ungido) que en la LXX se traduce jristós (en griego, ungido, por ejemplo, Levítico 4:5; 1 Samuel 24:11; Isaías 45:1). En tiempos bíblicos se ungía al rey, al sacerdote y al profeta, y de ahí el término «ungido» se llegó a usar para mostrar que Dios había designado a una persona para algún trabajo especial (por ejemplo: Saúl, 1 Samuel 10:1; David, 1 Samuel 16:13; Eliseo, 1 Reyes 19:15–16; y Ciro, Isaías 45:1). La designación destacaba el hecho de que Dios actuaba a través del electo para la → UNCIÓN.
El Mesías en el Antiguo Testamento
Si bien al principio se solía ungir a los sacerdotes, profetas y reyes, pronto la palabra Mesías fue adquiriendo otras dimensiones que trascendían la misión de dichos personajes. Con base en 2 Samuel 7:12–16 y habiéndose visto el próspero reinado de David, y luego la decadencia bajo el gobierno de sus hijos, se esperaba la venida de un rey que tuviese su trono «para siempre», el cual volvería a traer paz y prosperidad al pueblo.
Durante la época inmediata después de David (900–700 a.C.), el pueblo hebreo esperaba que cada nuevo rey mostrara las características de un «ungido de Dios». Pero con el fracaso sucesivo de los distintos reyes, se comenzó a proyectar esa esperanza más hacia el futuro. Ante cada calamidad de Israel, se esperaba un pronto auxilio de Dios mediante su Mesías. La «esperanza mesiánica» consistía en esperar que Dios, con su Mesías como instrumento, establecería para siempre a su pueblo. Se clamaba por un futuro glorioso donde el Mesías sería figura prominente.
Para los profetas escritores, desde Amós (siglo VIII), el Mesías esperado era un personaje con un poder sin límite que establecería definitivamente la paz y la justicia sobre el mundo (Isaías 9:7; 11:4; Oseas 14:2–9; Amós 9:11–15). Con base en la profecía de Natán (2 Samuel 7:12–16), y alentado por los profetas escritores, el pueblo hebreo esperaba durante cada crisis política a un hombre («el ungido»); alguien que traería la liberación y ante quien cualquier resistencia, por parte de sus enemigos, sería anulada por ser el Mesías invencible.
La esperanza de que Dios levantaría a un Mesías para liberar a Judá de sus enemigos, especialmente de los babilonios, mengua cuando las tropas de → NABUCODONOSOR destruyen a Jerusalén en 586 a.C., y la esperanza se proyecta cada vez más al futuro. Se piensa en un futuro remoto cuando el Mesías vendrá al fin de los tiempos. Así, pues, se comienza a dar un matiz escatológico al significado del título Mesías, matiz que va en aumento hasta llegar a la época de Jesús.
La segunda parte de Isaías hace hincapié en una figura que recibe el nombre de → «SIERVO DE JEHOVÁ», que en lugar de dominar es oprimido y angustiado, y en vez de vengarse de sus enemigos humildemente acepta el injusto castigo que estos le dan (Isaías 53:1–9). Por otra parte, para Jeremías el Mesías tiene más bien una función sacerdotal; es un personaje que representa a Dios dentro del pueblo escogido, y que también representa al pueblo ante Dios. Tiene el derecho de perdonar pecados y su misión es ayudar al pueblo (Jeremías 23:5–6; 33:8, 15–18). Zacarías muestra al Mesías como «justo, salvador y humilde» (Zacarías 9:9).
El Mesías esperado en el Antiguo Testamento es, de una forma u otra, una figura de → SALVACIÓN para el pueblo, ya sea de sus enemigos políticos o de sus pecados contra Dios.
El Mesías en la época intertestamentaria
La literatura intertestamentaria (→ APÓCRIFA) demuestra una difusa expectación en cuanto al Mesías. Se habla del Mesías de David, del Mesías de Leví, del Mesías de José y del Mesías de Efraín. Los → ROLLOS DEL MAR MUERTO añaden un poco de confusión al difícil problema cuando hablan del Mesías de Aarón y del Mesías de Israel.
Se puede decir que la esperanza sobre el Mesías en aquel entonces estaba dividida en dos conceptos principales. El primero mostraba un Mesías político, idea que se difundió mucho por los Salmos de Salomón (17.12ss). Estos hablan de un rey que viene a aniquilar a los tiranos, a destruir los imperios y a castigar a los paganos. Este rey fundará un reino que será el prototipo del Reino que Dios establecerá al fin de los tiempos.
En los Apocalipsis de Esdras y de Baruc (4 Esdras 7.26ss; Baruc 29, 30 y 40) el rey destruye a sus enemigos y establece un reino perfecto. El segundo concepto presentaba un Mesías en parte humano y en parte divino que podría por lo tanto establecer el Reino de Dios sobre la tierra (Enoc 48.10 y 52.4).
La tendencia en el tiempo de Jesús fue de esperar un Mesías político que vendría a liberar a su pueblo. De tal modo que la persona del Mesías y su obra habían adquirido para ese entonces en la mentalidad judía, oscurecida por prejuicios racionales y religiosos, un carácter totalmente erróneo.
El Mesías en el Nuevo Testamento
Los diversos conceptos en cuanto al Mesías estuvieron en continua interacción; cuando Jesús aparece y comienzan a llamarlo Mesías, tiene ante sí el resultado de una mezcla de conceptos en la que predomina el del Mesías político.
Repetidas veces se ha afirmado que Jesús no tenía conciencia de que Él fuese el Mesías y que este título se lo adjudicaron sus discípulos después de su muerte. Esta afirmación se debe a la reserva con que Jesús recibe el título de Mesías. A través de los Evangelios Sinópticos solo hay tres ocasiones en las que conscientemente se le da el título de Mesías (Marcos 8:29; 14:61; 15:2), y en los tres pasajes se ve que, si bien no lo rechaza, tampoco lo adopta para su uso común.
No lo hace, sin embargo, por no tener el derecho de usarlo, sino debido a la connotación política y vengativa que encerraba dicha distinción. Jesús prefiere llamarse el → HIJO DEL HOMBRE, que es también un título mesiánico, ya que Él es el → SIERVO sufriente (Marcos 8:31; y 10:43–45). Tenía plena conciencia de su mesianismo, y por ello toma el nombre de una de las figuras esperadas por los judíos que se adaptaba más al papel que representaría en la pasión.
Lo paradójico fue que Jesús, quien durante su ministerio manifiesta bastante reserva para usar el título de Mesías, legalmente es condenado por ser el Mesías (Juan 19:19).
Los apóstoles comenzaron a dar el título de Mesías a Jesús para mostrar a los judíos que el Mesías esperado ya había venido. En Hechos 2:36, por ejemplo, no se menciona la resurrección, sino más bien se acepta que el hombre de Nazaret fue declarado Mesías por sus obras y por la profecía cumplida por Él en su ministerio.
Para los cristianos primitivos lo que más destacaba a Jesús como el Mesías no era su actuación como rey (Mateo 21:1–11), sino su actuación como persona poseída por el Espíritu Santo (Lucas 4:18). Entre el Espíritu Santo y el Mesías hay una íntima comunión.
Después de la resurrección, los discípulos entendieron la verdadera dimensión de la obra de Jesús, y solo entonces todas las palabras divinas les resultaron comprensibles (Lucas 24:25–31).
La afirmación de que Jesús es el Mesías llega a ser una fórmula de declaración de fe (1 Juan 5:1).
Cuando el título Mesías se saca del ambiente judío, pierde en parte su significado específico de Ungido de Dios y llega a ser un nombre propio de Jesús de Nazaret. Este nombre trasciende los siglos, y hoy el mundo entero conoce a su iglesia como la Iglesia de Cristo.
Bibliografía:
Oscar Cullman, Cristología del Nuevo Testamento, Buenos Aires, 1965.
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