Perdición (en griego, apóleia, que significa destrucción, ruina, → Apolión). Los conceptos de → muerte, → Seol y perdición aparecen juntos en el Antiguo Testamento; a menudo se les personifica como el peor enemigo del hombre (Job 26:6; 28:22; 30:12; Salmos 55:23). En el Nuevo Testamento «perdición» se refiere principalmente a la suerte fatal de los malos (→ infierno).
La puerta que conduce a la destrucción eterna es ancha, y el camino espacioso y poblado (Mt 7:13s; aquí lo contrario de la perdición es la vida). En Ro 9:22s el contraste es entre la perdición y la gloria; en Flp 1:28, entre la perdición y la salvación.
Las obras funestas de los que rechazan a Cristo serán castigadas en el día del juicio (Flp 3:19; 1 Ti 6:9; 2 Ti 2:14; Heb 10:39). El tema se recalca en 2 P (2:1, 3, 12; 3:7, 16), donde también se usa el sinónimo fthorá (cf. Gl 6:8, corrupción).
La expresión semítica «hijo de perdición» denota a un individuo marcado para la destrucción, pero que aún no ha sido destruido. Se aplica a Judas Iscariote en Jn 17:12 y al «hombre de pecado» (→ anticristo) en 2 Ts 2:3. En Ap 17:8, 11 se refiere a esta misma realidad al afirmar que la bestia «va a la perdición». Aquí el término no se refiere a una simple extinción de la existencia, sino a un estado permanente de tormento y muerte.