Puerta: Abertura hecha a propósito para entrar y salir. En las fortificaciones, murallas, casas, etc. las puertas eran puntos vitales.
Las ciudades pequeñas solo tenían una puerta (Génesis 19:1; 34:20; Rut 4:1; etc.). En Jerusalén había muchas, y conocemos los nombres de algunas (Jeremías 19:2; 31:38; 38:7; Nehemías 2–3).
A veces eran flanqueadas por poderosas torres. Las puertas ordinarias constaban de dos postes de madera (Proverbios 8:34) reforzados por piezas metálicas (Salmos 107:16; Isaías 45:2). Se aseguraban con cerrojos de hierro y barras de madera y metal (Deuteronomio 3:5; Jueces 16:3; Nehemías 3:3; Salmos 147:13). Ante las puertas de la ciudad, fuera del recinto amurallado, se ubicaban los mercados, se proclamaban los edictos y se administraba justicia.
En las viviendas las puertas de madera giraban sobre quicios (1 Reyes 7:50; Proverbios 26:14). Se solía escribir pasajes de la Ley sobre el dintel (Deuteronomio 6:9) para dar un sentido religioso auténtico a la antigua superstición de escribir textos mágicos (→ Poste). Había cierta clase de → Llave para mover el cerrojo.
En sentido metafórico, puerta puede designar una casa, una ciudad, etc. (Éxodo 20:10; Zacarías 8:16), un punto vulnerable (Génesis 24:60), la inminencia de un acontecimiento o de un peligro (Génesis 4:7; Santiago 5:9) o el lugar en donde se forman las buenas o las malas tradiciones. Esto último alude a que las puertas de las ciudades eran sitios de mercado, de tertulia y de administración de justicia.
La puerta sugiere en algunos casos la idea de lo terrible e inminente: «las puertas de la muerte» (Salmos 107:16, 18; Isaías 38:10); «las puertas del Hades» (que significa el terrible poder de la muerte: Mateo 16:18), la «puerta del cielo» que para Jacob es un lugar «terrible» (Génesis 28:17). La apertura de las puertas (de los cielos, del Eterno, del Lugar Santo) simboliza la generosa difusión de los dones divinos (Salmos 78:23; Malaquías 3:10), y también la entrada del rey en su reino (Salmos 24:7–10).
La apertura de las puertas de Jerusalén o del templo simboliza el libre acceso a la gracia de Dios (Isaías 60:11; 62:10; cf. Ezequiel 43:1–11). La expresión «puerta abierta», empleada frecuentemente en el Nuevo Testamento, designa las posibilidades que se ofrecen a la predicación apostólica (Hechos 14:27; 1 Corintios 16:9; 2 Corintios 2:12; Colosenses 4:3). Inversamente la «puerta cerrada» indica la ejecución del juicio inapelable de Dios: por ejemplo, la puerta del arca que Jehová cerró inmediatamente antes del diluvio (Génesis 7:16), o la puerta de la sala del banquete de bodas, que se cierra una vez que ha entrado el esposo (Mateo 25:10).
Sobre este antecedente se comprende el empleo que Jesús hace de la metáfora de la «puerta estrecha» (Mateo 7:13) que es la única que da acceso a la justicia. Jesús mismo es la puerta del redil (Juan 10:1–10). Él es «el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre» (Apocalipsis 3:7). Al mismo tiempo, y en un expresivo contraste, Jesús es también el que está a la puerta y llama; además, espera pacientemente que se le abra. (Apocalipsis 3:20).