Milenio

Milenio (mil años). Período del Reino de Dios sobre la tierra, que sigue a la Segunda Venida de Cristo y precede al estado final, en el que el Señor establecerá un reino de justicia y paz, y regirá junto con los santos con una vara de hierro. Como otras cifras de Apocalipsis, «mil» tiene valor simbólico, sin ser equivalente de la eternidad. «Mil años» es una época muy larga que se contrasta con los tres años y medio de hegemonía satánica (11.212.6) y con los diez días de tribulación (2.10). Muchos exégetas no aceptan este período intermedio porque:

  1. Reviste un carácter muy judaico, es decir, contiene ideas propagadas por la literatura judía llamada «apocalíptica» (200 a.C.–200 d.C. → APOCALIPSIS)

  2. Se basa en un solo pasaje (Ap 20.1–10). Pero hay otras indicaciones de tal período en el Antiguo Testamento y en el resto del Nuevo Testamento.

El concepto de un reino de Dios establecido en la tierra viene del Antiguo Testamento, especialmente de la enseñanza profética (Is 2.11Jl 3.18Am 9.11–15Miq 4.1–5) y de Dn 2.37–457.2–27). Estos pasajes no señalan un período intermedio diferente del estado final, sino ven el reino como un todo (cf. Is 65.17–25); definitivamente enseñan que Jehová reinará políticamente sobre todas las naciones, y que establecerá la verdadera justicia y prosperidad. Daniel aclara que los «santos» reinarán con el Hijo del hombre (7.13s,18, 22).

En la literatura apocalíptica judía (hasta 100 d.C.) se ve claramente el desarrollo del concepto de un período intermedio, que oscila, según los escritos, entre cuarenta años y siete mil; solo un rabino habla de mil años, y este es contemporáneo de Apocalipsis. Muchos eruditos concluyen que esta literatura es la fuente de Ap 20, pero no es posible afirmarlo categóricamente puesto que no se ha podido determinar con certeza la fecha de estos escritos; algunos son más recientes que Apocalipsis.

Otros sostienen que el autor de Apocalipsis creía, como muchos judíos, que el plan divino de la historia tenía una estructura de siete actos; esto formaría una semana en la que cada día representa mil años, y el séptimo sería el «sábado» del mundo (cf. Sal 90.4; citado en 2 P 3.8). De todos modos, la idea básica de un reino terrenal de Dios no proviene de esta literatura, sino del Antiguo Testamento.

Los Evangelios no mencionan un período intermedio, pero manifiestan que Jesús enseñó que muchos vendrían de lejos para sentarse con los patriarcas en el reino de Dios (Mt 8.11). Aun más claro es Mt 19.28, donde Jesús dice que en la regeneración sus discípulos se sentarán sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. El escenario parece ser la tierra y una vez más se nota que los seguidores de Jesús participan en la administración del reino (cf. 1 Co 6.2s2 Ti 2.12).

Pablo tampoco menciona este período específicamente, pero es notable que 1 Co 15.23–28 da el orden de la resurrección así: 1) Cristo, las primicias; 2) los de Cristo en su parusía; 3) el fin, cuando Cristo entregue el reino al Padre, no sin antes suprimir toda oposición a su voluntad. Los adverbios de tiempo (traducidos «luego») parecen indicar etapas sucesivas en este proceso: desde la resurrección de Jesús hasta la parusía, y desde la parusía hasta el fin. Durante este último período Cristo sujeta todo el poder del mundo.

Los pasajes bíblicos señalados arriba enseñan: 1) la presencia literal y política del reino de Dios en la tierra; 2) la participación de los santos en la administración de ese reino. Aunque no dan claro apoyo a la idea de un reinado intermedio, dichos pasajes presentan estos dos elementos que a su vez son la base del milenio de Ap 20, donde se repite la frase «mil años» seis veces en los vv. 1–7.

Además, la derrota de Satanás (Ap 20.2) no es una idea nueva (cf. Jn 12.3116.11); tampoco lo es la resurrección, llamada aquí «la primera», reservada a los creyentes (1 Co 15.23, 51s1 Ts 4.13–17). Compárese también la derrota de → GOG y Magog (Ap 20.8s), en Ez 38 y 39, después de la visión de la resurrección de Israel (Ez 37). Así, pues, Ap 20 recoge muchos asuntos tocados en el Antiguo Testamento, los Evangelios y Pablo, y, de acuerdo con el principio de la revelación progresiva en las Escrituras, les da su explicación final.

La interpretación del milenio ha sido un campo de batalla a través de los siglos. Los intérpretes de los siglos II y III entendieron los «mil años» literalmente. Orígenes y Agustín fueron los primeros que lo espiritualizaron, y enseñaron que el milenio empezó con la resurrección de Cristo y que se prolonga a toda la época de la Iglesia. Siguiendo esta línea, la iglesia romana ha rechazado la interpretación literal, tildándola de «quiliasmo» (del griego, jilı́as que significa mil).

En nuestros tiempos ha habido tres posiciones básicas y en torno a esta giran otras posiciones:

Premilenarista
Arguye que el milenio es un período iniciado por la parusía, en el que Cristo establece un reino de justicia en la tierra. Los programas de la Iglesia e Israel están separados. La gran tribulación y el milenio son períodos de siete y mil años respectivamente.

Veamos algunas subdivisiones de esta posición:

Posición pretribulacionista premilenarista
La Iglesia será raptada antes de la gran tribulación. El Rapto y la gran tribulación son actos separados.

Posición postribulacionista premilenarista
El Rapto de los creyentes será después de la gran tribulación. El Rapto y la Segunda Venida son el mismo acontecimiento.

Posición mesotribulacionista premilenarista
La Iglesia será raptada tras 42 meses (1.260 días) de la gran tribulación de 7 años.

Posición del Rapto parcial premilenarista
Solo algunos creyentes serán «raptados» antes de la gran tribulación. Los que «no estén preparados» deben pasar por el martirio para probar su fe.

Amilenarista
Niega que haya un milenio literal, pues la parusía y el juicio final vienen más o menos a un mismo tiempo para iniciar el estado final.

Esta posición se puede subdividir en dos:

Posición amilenarista de San Agustín
Apocalipsis trata simbólicamente del triunfo del Reino de Dios a través de la Iglesia. La gran tribulación y el milenio no son períodos de siete y mil años, sino que son cifras simbólicas que designan la larga lucha del mal contra la iglesia.

Una segunda posición amilenarista
Coincide con San Agustín, excepto en que no se ve al Reino de Dios obrando a través de la Iglesia en esta era.

Posmilenarista
Enseña que el milenio vendrá antes de la parusía, pero no antes de que el reino esté preparado, gracias a los esfuerzos humanos, para recibir a Cristo.

Posición evangélica posmilenarista
Israel y la Iglesia equivalen a un solo pueblo de Dios. La tribulación es prolongada, no dura solamente siete años. El milenio es el período de mil años en que Cristo reina, a través del ministerio de la Iglesia del Reino de Dios.

Como vemos, estos sistemas de pensamiento procuran explicar el plan del procedimiento divino para el futuro. Sin embargo, a pesar de los mejores propósitos que han guiado a muchos en la interpretación de la Palabra de Dios, no podemos afirmar que representan a plenitud la enseñanza bíblica pues son obvias sus diferencias.

 

Por ejemplo, los partidarios de (2) alegan contra (1) que el premilenarismo trata demasiado literalmente un pasaje profético (Ap 20), haciendo así caso omiso del género literario; también objetan las condiciones mixtas que involucraría un milenio literal; por ejemplo, los resurrectos que viven junto a los mortales.

Por su parte, los partidarios de (1) señalan que la expresión «volvieron a vivir» no debe entenderse en sentido espiritual en Ap 20.4 y en sentido literal en 20.5.

Además, alegan que solo un reino literal de Cristo en un mundo donde existe la posibilidad del pecado demostrará que puede haber justicia en la presencia del mal. Les parece también que la expresión «regirá las naciones con vara de hierro» (Ap 2.2712.519.15) no sería consecuente con el estado final, cuando todo se someterá a la voluntad de Dios y todo mal se eliminará (Ap 21.8, 2722.3, 15).

Bibliografía:
DTB, col. 655–658. EBDM, col. 160–162. J. Comblin, Cristo en el Apocalipsis, Herder, Barcelona, 1969, pp. 291–306. R. Schnackenburg, Reino y reinado de Dios, Fax, Madrid, 1970, pp. 3.15–322. A. Wikenhauser, Apocalipsis, Herder, Barcelona, 1969, pp. 240–249. Robert P. Lightneh, Manual de los postreros días, Editorial Caribe, Miami, 1995.

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