Rey

Rey: Lo diferente de la posición del rey en Israel y la de los reyes de otras naciones del mundo antiguo se debía a la relación entre el rey israelita y Jehová. Algunas naciones (por ejemplo Egipto) creían que su rey era la encarnación de un dios y otras lo exaltaban como sacerdote por excelencia.

En Israel los profetas no permitían al pueblo creer en la deidad del rey (nótese el significado pertinente de las palabras de Natán a David: «Tú eres aquel hombre», 2 Samuel 12:7); y los sacerdotes limitaban las funciones religiosas del rey (por ejemplo el caso de Uzías, 2 Crónicas 26:16–21, y el de Saúl, 1 Samuel 13:9–14), aunque este era el encargado de proveer los sacrificios, etc. (Ezequiel 45:17). Así que la prioridad histórica de Moisés y Aarón moldeó la forma de la monarquía en Israel, y limitó su papel a lo político y guerrero.

Sin embargo, el rey no podía considerarse funcionario meramente secular, porque reinaba como intermediario de Jehová, el verdadero Rey de Israel (no solo antes del establecimiento de la monarquía, Jueces 8:231 Samuel 12:12, sino también después, 1 Crónicas 28:5; cf. Salmos 74:12). El rey entraba en una relación especial con Dios por ser ungido, y recibía poder divino para el desempeño de su papel en la historia del pueblo teocrático (Saúl siguió siendo respetado como «el ungido de Jehová» a pesar de sus pecados, 1 Samuel 24:6; cf. 2 Samuel 1:16).

Si es cierto que la palabra hebrea melec (que se traduce «rey» en el Antiguo Testamento) literalmente significa «el que aconseja», el empleo de la palabra en Israel refleja que primitivamente se refería a los ancianos sobrios de la tribu, debido a la creencia de que el rey recibía sabiduría sobrenatural por medio de la unción divina, como en el caso de los líderes carismáticos llamados → «jueces» (en 2 Reyes 15:5, «gobernando» equivale a «actuando como juez»). Pero que había distinción entre juez y rey se ve por la historia de Gedeón (Jueces 8:22, 23) y → Abimelec («rey es mi padre», Jueces 9), y la distinción parece concretarse en el derecho de transmitir el trono a los descendientes.

El plan de Dios siempre fue hacer sentir su soberanía sobre Israel por intermedio de reyes humanos, en preparación para la venida del Mesías. Con este fin escogió el linaje de David (1 Crónicas 28:4Salmos 89:3, 4). Pero el concepto de la monarquía teocrática tuvo que militar contra el concepto conocido de la función del rey (cf. «como tienen todas las naciones», 1 Samuel 8:5, concepto que, en efecto, rechazaba a Jehová como el verdadero Rey de Israel, 1 Samuel 8:7).

Por tanto, antes de establecer el trono de David, Dios se propuso demostrar, por medio del reinado de Saúl, los peligros del concepto común. Previendo que los israelitas pedirían un rey (1 Samuel 8:20), Dios había declarado de antemano las condiciones para aceptarlo (Deuteronomio 17:14–20): (1) Dios mismo lo escogería. (2) No debería ser extranjero. (3) Poseería riquezas limitadas. (4) Se sometería a la Ley de Jehová. La ruina de la nación se debió a que Israel no quiso rechazar el concepto monárquico de los demás pueblos a pesar del fracaso de su primer rey.

Los dos propósitos de Dios referentes a la monarquía (el negativo manifestado por medio de Saúl y el positivo por medio de David) explican la confusión que se nota en 1 Samuel 8 al referirse a las actitudes en pro y en contra de la monarquía. La continua visión de la monarquía teocrática, a pesar de tantos reyes que la negaban, la mantenían los profetas al proclamar la época mesiánica.

Todo el peso que la monarquía significó para Israel se refleja en la queja ante Roboam y en la respuesta de este (1 Reyes 12:4, 14). Esta situación provocó la división de la nación. Los reyes mantenían comitivas numerosas que exigían impuestos y tributos. Entre otros, la Biblia menciona los siguientes casos: general del ejército, cronista, escriba (2 Samuel 8:16, 17), secretario, canciller, ministro principal, amigo del rey y mayordomo (1 Reyes 4:2–6).

Estos, y otros nobles, tratando de emular la opulencia real, se sostenían por medio de la injusticia social, creando situaciones tales como la que → Amós denunció durante el reinado de Jeroboam II. Pero cabe notar que tal explotación no formará parte del reino mesiánico (cf. Hebreos 1:8b, etc.).

Aunque el gobierno de todas las naciones no se manifiesta todavía como teocracia, los reyes de las naciones ya están, sin saberlo, bajo la soberanía divina (Romanos 13:1); Jesucristo es ya «el soberano de los reyes de la tierra» (Apocalipsis 1:5).

Por tanto, el creyente debe someterse al dominio de ellos (Romanos 13:21 Pedro 2:13, 17), cuando no exijan la desobediencia a Dios (cf. Hechos 5:29), y debe interceder por ellos (1 Timoteo 2:2). Pero también el cristiano vive esperando el día en que «los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo» (Apocalipsis 11:15).

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