Salomón (el pacífico). Tercer rey de Israel (ca. 971–931 a.C.) y segundo de los cinco hijos que David tuvo de Betsabé (1 Cr 3:5; 14:4; 2 S 5:14; 12:24). No figura en la historia bíblica sino hasta los últimos días de David (1 R 1:10ss), a pesar de haber nacido en Jerusalén en el inicio del reinado de David (2 S 5:14), bajo un pacto eterno de Dios (2 S 7:12–15). Antes de su nacimiento Dios lo había designado sucesor de David (1 Cr 22:9, 10).
Aunque David prometió a Betsabé que Salomón sería su sucesor (1 R 1:13, 17), la sucesión no se anunció oficialmente sino hasta después del intento de Adonías de proclamarse rey, por ser el mayor de los hijos sobrevivientes (2 S 3:4; 1 R 1:5–10, 24–27). En respuesta a las instancias de Natán y Betsabé, David pronto intervino y mandó que Salomón fuese ungido y puesto en el trono (1 R 1:32–52).
Salomón fue de nuevo proclamado y ungido rey por David, formal y públicamente, poco antes de la muerte de este; tenía entonces apenas veinte años (1 Cr 28:1; 29:22; 1 R 2:1–12; 3:7). David le dio instrucciones solemnes en cuanto a su trabajo como sucesor y edificador del → templo.
Aunque Salomón subió al trono como primer rey de una dinastía sin el «carisma» de sus antecesores (por ejemplo, los jueces, Saúl y David), Dios le dio sabiduría especial por haber pedido «un corazón entendido para juzgar y gobernar a este pueblo tan grande» (1 R 3:3–28).
Por haber sobrepasado en sabiduría a sus contemporáneos de Egipto, Arabia, Canaán y Edom, Salomón fue reconocido como el gran impulsor de la literatura de sabiduría israelita. En ningún otro tiempo de la monarquía hubo tanta oportunidad de contactos internacionales, ni tanta abundancia y paz como para inspirar obras literarias.
Salomón tomó la iniciativa en este movimiento, coleccionando y componiendo miles de proverbios y cánticos (1 R 4:29–34). Además de sabiduría, Dios le dio honores y riquezas; a su corte llegaban representantes de otras naciones, entre los cuales figuró la reina de Sabá (1 R 10:1–15; 2 Cr 9:1–12, 23).
Con la caída del monopolio egipcio en el comercio con Etiopía y Somalia, Salomón pudo controlar las caravanas comerciales desde → Tifsa y → Tadmor en el norte hasta Gaza y Ezión-geber en el sur, donde hacían conexiones con sus naves. Contaba con marineros de Hiram de Fenicia e importaba madera de sándalo para los balaustres de la casa de Jehová y las casas reales. Es probable que Salomón se haya dedicado a este comercio lucrativo en el curso del desarrollo de su propio ejército.
Comenzó la construcción del templo en el cuarto año de su reinado (966 a.C.). Para ello consiguió cedro y personas hábiles de Hiram de Fenicia y terminó la obra en el décimo primer año de sus funciones. En esta ocasión Dios se le apareció por segunda vez, y le prometió poner su nombre en el templo para siempre y afirmarlo en el trono de Israel perpetuamente si guardaba los mandamientos de Jehová, de acuerdo con el pacto hecho anteriormente con David.
Si no, Israel sería maldito y esparcido sobre la faz de la tierra y el templo destruido, aunque el pacto con David siempre quedaría en pie y se cumpliría en Jesucristo.
Al construir el templo, Salomón siguió la política de David, quien había traído el arca a Jerusalén para ligar el estado con el orden anfictiónico, y había unido la comunidad secular con la religiosa bajo la corona. Samuel había rechazado a Saúl y había roto con él; Salomón rompió con Abiatar.
Después de terminar el templo, Salomón erigió en trece años un palacio espléndido con otras tres construcciones que formaban parte de este (1 R 7:1–8). Para la construcción de estos edificios, Salomón se aprovechó de su alianza con Hiram, rey de Tiro (ca. 969–936 a.C.), a quien le daba trigo y aceite de olivo a cambio de piedras, madera y obreros capaces (1 R 5:1–12; 2 Cr 2:3–16).
Salomón aseguró la defensa nacional construyendo ciudades clave fortificadas, las cuales convirtió en bases militares (1 R 9:15–19; 10:26; 2 Cr 9:25). En ellas mantuvo en pie un ejército de 12.000 hombres y 1.400 carros para defenderse ante cualquier invasión y para sofocar levantamientos internos o combatir vasallos rebeldes.
Salomón terminó con la independencia de las tribus israelitas y unió a la nación bajo un gobierno central por medio de una reorganización del país en doce distritos administrativos bajo doce gobernadores (1 R 4:7–19). Esto le permitió conseguir mayores ingresos y poder cubrir los crecientes gastos que no se cubrían con los tributos regulares. Cada distrito debía proporcionar provisiones para la corte durante un mes al año (1 R 4:27).
Y para solucionar la falta de fondos y obreros para sus numerosos proyectos, Salomón continuó la política de David: sometió a trabajos forzados a los pueblos conquistados (1 R 9:20–22; 2 Cr 8:1–18). Los esclavos trabajaban en la fundición de Ezión-geber y en las minas de Arabá bajo condiciones inhumanas.
La situación financiera llegó a ser tan desesperada después de los primeros veinte años que Salomón tuvo que ceder veinte ciudades de Galilea a Hiram, rey de Tiro, por no haber podido pagar los ciento veinte talentos de oro que este le había prestado (1 R 9:10–14).
Al tomar para sí mismo caballos, mujeres y oro en abundancia, cosa que Dios prohibió en Dt 17:16, 17 y que posteriormente los profetas del siglo VIII censuraron, Salomón cedió a las tentaciones que resultan de la excesiva prosperidad.
No obedeció la segunda amonestación de Dios (1 R 9:1–9; 2 Cr 7:11–22), se volvió orgulloso, se entregó a los placeres carnales y se olvidó del Dios a quien tanto amó al principio (1 R 3:3). Por sus abominables idolatrías y por complacer a sus numerosas esposas extranjeras (1 R 11:1–8; Neh 13:26), Dios le anunció que lo castigaría dividiendo el reino entre su hijo Roboam y Jeroboam I (1 R 11:9–40).
Los cuarenta años de reinado de Salomón (971–931 a.C.) fueron en su mayor parte pacíficos con la excepción de algunos disturbios promovidos por Adad, Rezón y Jeroboam I (1 R 11:14–43). (→ Proverbios; Cantar de los cantares; Eclesiastés.)