Bosquejos para Predicar
El primer pecado fue como la nube de Elías: era pequeño al principio, pero oscureció todos los cielos. El pecado entró por un hombre, y la muerte pasó a todos. Por el Hombre (Cristo) vinieron también la resurrección y la vida (1 Co. 15:21, 22). Tenemos aquí la revelación de algunos principios radicales.
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Pablo se deleitaba en llamarse a sí mismo «un esclavo de Jesucristo». El esclavo estaba a disposición de su amo, sin tener intereses especiales propios. El mismo pensamiento aparece en el título de «vaso» dado a Pablo por el mismo Señor inmediatamente después de su conversión: «Vé; porque éste mismo me es un vaso escogido»
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Observemos que no se trata de dones naturales, sino espirituales; no el desarrollo de algo bueno desde dentro, sino la implantación de una nueva facultad espiritual desde fuera.
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Él no reposó satisfecho hasta que se manifestó su propia semejanza. Éste era el gran objeto de la creación, reproducir la imagen de Aquel que había creado. El primer hombre llevaba la semejanza de Dios
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Al dirigirse a la Iglesia en Laodicea, nuestro Señor usa términos que deben haberles sido muy familiares. La ciudad era conocida por sus riquezas, lana y colirio, mientras que la Iglesia es acusada de tibieza y autosatisfacción. El mensaje del Salvador era tierno, oportuno y misericordioso.
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«MAS.» Pedro pasa, con evidente alivio, de la contemplación de la suerte de los que rechazan a Cristo a una cuestión más feliz y grata.
Contrasta la bendita posición del pueblo del Señor con la triste posición de las personas mundanas e inconversas. Sí, más aún, contrasta la actual gloria de la iglesia con la gloria perdida de Israel.
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Dos veces aparece en esta sección en griego la palabra hëdonë, traducida como «pasiones» (v. 1) y «deleites» (v. 3). El doctor Pierson definió la pasión como «Un anhelo natural y normal que rebasa los límites puestos por Dios. La pasión debería ser nuestra esclava, no nuestra dueña». El doctor Jowett la definió como «cualquier cosa que empaña las ventanas del alma», y que por ello emborrona nuestra visión.
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La vida de Jesús no parecía indestructible cuando pendía desangrándose y muriendo en la Cruz. Su vida alcanzaba al pasado sin fin así como al futuro sin fin. El sacerdocio aarónico era según el poder de una ley pasajera; pero el de Cristo, el verdadero Melquisedec, era según el poder de una vida indestructible.
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Para «redimir el tiempo» (v. 16, RV) y para «comprender bien cuál es la voluntad del Señor» (v. 17), tenemos que estar «llenos del Espíritu». Dios no envía ahora truenos desde un monte ni envía profetas con mensajes nuevos. El último de los profetas fue su Hijo desde el cielo, y su último gran don para esta era es el Espíritu Santo, quien revela la voluntad de dios e inspira con poder para llevarlo a cabo.
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